Judíos, Papas y el reino de los justos.

estrella-de-david(El artículo contiene 3 anécdotas preciosísimas, ya me diréis cual os ha gustado más)

Del 8 al 15 de este mes de Mayo, Benedicto XVI va a ir a visitar Jordania e Israel. Una peregrinación que ya habían hecho Pablo VI y Juan Pablo II. Un viaje que, sobre todo por cuanto se refiere al mundo judío, intenta serenar las relaciones entre este pueblo y el Papado, después de todo lo que ha sucedido a lo largo de la historia y, en los últimos años, las discusiones sobre la actitud de Pío XII durante la guerra frente al exterminio del pueblo judío, los negacionistas de la Shoah (entre ellos recientemente el lefebvriano Mons. Williamson), etc. Evidentemente, yendo al Medio Oriente, el Papa quiere también conocer de cerca, escuchar y hablar con el mundo musulmán, árabe, palestino…, y en particular quiere animar a la minoría cristiana que vive en aquellos países.

Con motivo pues de este viaje quisiera transcribirles algo que leí no hace mucho en un libro-conversación entre dos intelectuales, judíos de raza y de religión, ambos nacidos en Viena y mundialmente conocidos: Viktor E. Frankl (1905-1997), y Pinchas Lapide (1922-1997). El libro tiene como título, en la edición italiana: “Búsqueda de Dios y petición de sentido. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo” (“Ricerca di Dio. Domanda di senso. Dialogo tra un teologo e uno psicologo”, Claudiana –editorial protestante-, Torino 2006).

A un cierto punto, dice LAPIDE: “… Visto que somos dos hebreos que hemos hablado entre nosotros de Dios, quisiera concluir el diálogo refiriéndome a un hombre que ambos hemos conocido: el Papa Pablo VI. Lo encontré algunas veces entre 1956 y 1958, cuando él era arzobispo de Milán y yo cónsul de Israel en aquella ciudad. Una vez me invitó a una cena «kasher» (con comida pura, según la religión hebrea). Lo que entonces me dijo lo he conservado siempre para mí. Pero, dado que este Papa murió ya hace tiempo, me siento libre de poder contarlo (…). Me habló del tiempo pasado en el Vaticano, en tiempos de Pío XII, durante los años de la segunda guerra mundial, cuando él era el responsable de las diversas obras caritativas de la Santa Sede. A este respecto me confió que no le dejaba tranquilo el no haber hecho quizás bastante y que sentía mucho el peso de la culpa cristiana por los sufrimientos del pueblo judío. Por este motivo, se había impuesto ayunar cada año el día nueve del mes judío «Ab», el día de la destrucción del Templo, para contribuir al menos simbólicamente con una pequeña parte de expiación personal. Me pidió que no lo contara a nadie, lo cual no he hecho nunca hasta hoy. Gracias a Dios hay y hubo siempre muchísimos «buenos» cristianos y este Papa era simplemente uno de ellos”.

A lo que responde FRANKL: “Me conmueve, y ¿sabe por qué? Porque mi hermano, antes de que se lo llevaran a Auschwitz, donde murió junto con su esposa, estuvo escondido durante años en Italia y allí fue capturado por las SS. Hasta aquel momento había vivido en una aldea a cargo del Papa de entonces. Éste se había cuidado de ellos lo cual, como acabo de oir, debe haber tenido lugar gracias a la mediación de Mons. Montini. Sé incluso que se le encargó a mi hermano que redactara y subscribiera un grande acto de homenaje por el entonces Papa Pío XII, para agradecerle su protección. Todo esto, como acabo de saber hoy, fue también gracias a la intervención del futuro Pablo VI. ¡Lástima no haberlo sabido cuando estuve en audiencia con él! Efectivamente, algún decenio más tarde, yo y mi mujer nos encontrábamos en Roma (…). Inesperadamente llegó una llamada telefónica en la que se me pedía si estaba dispuesto a ir a una audiencia privada con Pablo VI. Naturalmente acepté. Nos acompañó un intérprete, un monseñor. Pablo VI nos acogió saludándonos en alemán; luego continuó hablando en italiano. Dijo que me conocía, que estaba al corriente de mis libros, de la logoterapia, de mi experiencia en el campo de concentración… (…). La impresión que recibí de Pablo VI fue la de un hombre con el rostro marcado por noches sin dormir, pasadas luchando consigo mismo, con la propia conciencia, para tomar decisiones, las que la conciencia le imponía; y esto a pesar de que sabía perfectamente que le hacían impopular no sólo a él, sino a toda la Iglesia. Estaba marcado por una humildad increíble, que es imposible de imaginar. Mi mujer, que estaba allí, lloró todo el rato; estaba conmovida. Luego nos despidió, después de haber dado a mi esposa un rosario y a mí una medalla. Cuando ya nos alejábamos, de improviso, me llamó en alemán. Imagínese la situación: el Papa que, después del saludo al final de la audiencia casi toda en italiano, llama de nuevo al neurólogo hebreo para decirle en alemán: «Bitte, beten Sie für mich! (¡Por favor, rueguen por mí!)». Dijo exactamente esto. Una cosa increíble, que uno no imagina si no la ha vivido o no ha sido testigo de ello. Él era así”.

Añade LAPIDE: “Para no dar la impresión de que el Papa fuera el único buen cristiano, puedo contar también yo una anécdota. Como ya he dicho, yo fuí cónsul de Israel en Milán (1956-58), cuando Italia celebró el primer decenio de la Liberación. Un día me llegó una carta, firmada por 27 judíos, de las más dispares profesiones y orígenes, pero con un común denominador: habían transcurrido juntos 25 meses de su vida en la cantina de un convento de religiosas franciscanas, y debían a ellas el que hubieran podido sobrevivir. Diez años después, deseaban volver, pagándose ellos el viaje, para visitar y dar las gracias a dichas religiosas. Querían que yo avisara a los medios de comunicación, dando así un carácter oficial a toda la visita. ¡Ciertamente!. Dicho y hecho. Un día partió un corteo hacia el convento de aquel pueblo, una construcción maciza del siglo XIII. Trate de imaginárselo: un edificio hecho de bloques de piedra, un portal estrecho y alllí delante treinta religiosas vestidas de negro. En el centro la madre superiora, una mujer de más de 70 años que casi no veía, no oía un gran qué y estaba sostenida por dos religiosas. Comenzaron los discursos de agradecimiento y todo lo demás. Después de dos horas, me acerqué a la superiora y le dije: «Hermana, perdone tanto ruido, pero es que el mundo está harto de escuchar solamente malas noticias; quizás ha llegado el momento en que los seres humanos oigan alguna buena noticia. He ahí el motivo de todas estas personas que nos rodean sacando fotografías, escribiendo y haciendo ruido». Después de estas palabras, la superiora pronunció una frase que no olvidaré nunca más: «Dígame, señor cónsul, ¿sois comunistas, o sois fascistas?». Por primera vez en mi vida no encontraba palabras para responder. Dije: «Hermana, desde hace dos horas que hablamos del Sermón de la Montaña, del amor al prójimo, de la Tierra Santa, de Jerusalén y de la Biblia, ¿y Usted me hace esta pregunta?». La anciana mujer se sonrojó, refunfuñó algo y luego respondió: «Señor cónsul, mire, yo soy vieja, perdone, pero allí abajo, en la cantina que les hemos mostrado –a propósito, les religiosas habían cocinado allí dos veces pan ázimo utilizando el horno para las hostias, para que los hebreos no sólo pudiéramos vivir allí, sino incluso celebrar la Pesah (Pascua)- en aquella misma cantina, a 600 metros de distancia del cuartel de la Gestapo, escondimos en 1942 a comunistas, del 1943 al 1945 a hebreos y del 1946 al 1947 a fascistas. A mi edad, ya sabe Usted lo que pasa, que una hace un poco de confusión…». Gracias a Dios existen personas así en este mundo…”.

Como dice nuestro pueblo sano: Haz el bien sin mirar a quien.

Quisiera concluir con una anécdota que me contó un amigo carmelita, capellán en el hospital “San Camilo” de Roma. Un día iba visitando a los enfermos. Al acercarse a una señora anciana, ésta le paró educadamente los pasos diciendo: “Perdone, Padre, pero yo soy judía…”. Mi amigo justamente le respondió: “Señora, todos somos hijos de Dios…”. Y ella, para demostrar su buena voluntad, le añadió: “De todas maneras, Padre, yo todos los días le rezo un padrenuestro a Moisés y otro a Santa Rita…”. Pues nada, a pesar de las apariencias, el reino de los justos existe.

Arrivederci!

J. Rovira, cmf.

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