Excusas contra la confesión

confesión

Sofismas y excusas que se lanzan contra el sacramento de la Confesión

Por el padre Antonio Rivero, LC

¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes sí pueden perdonar los pecados? – Jesús dijo a sus apóstoles el día de la Resurrección «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis, serán perdonados…» (Jn 20, 23). Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese gran don de su perdón llegara a todas las personas de todos los siglos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible. Y así lo hicieron. Por medio de la imposición de sus manos ellos dejaron en cada lugar presbíteros, o sea sacerdotes, y al frente de ellos un obispo.

Pero la Confesión la inventaron los curas en el año 1215.- Quien dice esto, no sabe lo que dice. Pasar horas y horas en un confesonario, con calor agobiante en verano, con frío estremecedor en invierno, oyendo miserias, sin pago ni sueldo ninguno por hacer esto, escuchando lo que no tiene ningún atractivo… ¡Bien poco inteligentes tenían que haber sido los curas para inventar esto que tanto les iba a hacer sufrir y agotar! Como le pasó al cura de Ars, en el siglo XIX en Francia, que pasaba quince horas confesando diariamente.

Lo que pasó en 1215 fue que se reunieron los obispos de todo el mundo en el concilio de Letrán en Roma, y decretaron que todo católico debe confesarse al menos una vez al año. Ellos no inventaron la Confesión. La Confesión ya existía desde el inicio de la Iglesia. Imagínense el alboroto tan terrible que se hubiera producido si a esas alturas de la vida a los obispos se les hubiera ocurrido inventar una cosa tan dura y tan difícil como es tener que ir a decirle los pecados a otro hombre.

¿Cómo se le ocurre confesarse con un hombre pecador como usted? – Es como si dijéramos: «Un médico que está enfermo no puede recetar a nadie. Sus recetas no valen». ¡Qué idiotez! Claro que el sacerdote es pecador como todos, porque es humano. La Biblia dice: «Si alguno dice que no ha pecado, es un mentiroso» (Jn 1, 8).

El sacerdote es, probablemente, mucho menos pecador de lo que la gente se imagina porque tiene más defensas para librarse del pecado. Por ejemplo, tiene una formación religiosa muy seria; tiene desde el seminario un gran respeto a Dios y un gran cuidado de no disgustarlo, porque lo ama mucho y porque sabe las terribles consecuencias que traen los pecados.

Tiene menos ocasiones de pecar, porque la Iglesia (su obispo o su superior) lo vigilan paternalmente con mucho esmero para no permitir que el demonio venga a hacerle mal (retiros, dirección espiritual, consejos, convivencias…) ¿Es que el cura es un pecador? También los doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio el poder de perdonar pecados. Es que el sacerdote no dice al pecador: «Te perdono porque yo no he cometido eso que tú confiesas». No. No dice eso. Lo que dice es: «Te perdono por el poder que para ello recibí de Nuestro Señor Jesucristo».

Yo me confieso directamente con Dios.- Así dicen los protestantes y los judíos. Un judío dijo en cierta ocasión: «yo envidio a los católicos. Yo, cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no; en cambio, el católico, cuando se confiesa con su sacerdote, queda tan seguro del perdón, que esa paz no la he visto en ninguna otra religión de la tierra».

¡Qué fácil sería: pecar, rezar y ya! No; aquí no es así: he pecado, siento vergüenza y tengo que buscar al confesor y confesarme, y recibir unos consejos y unas advertencias que despiertan al pecador y le animan al cambio de vida. Como esas sacudidas que le damos a un chofer que en una recta grande se duerme. Lo despertamos, aunque se disguste un poco, para que no se vaya al abismo.

En el confesonario nos encontramos con alguien que en nombre de Dios nos hace reflexionar, nos llama la atención, nos perdona, nos anima y nos ayuda a cambiar de vida.

¡Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión!

¿Para qué confesarme, si voy a caer de nuevo? – Pues te levantas, y ya. Pensar esto es como pensar: ¿para qué comes, si luego, dentro de unas horas, vas a volver a tener hambre? ¿Para qué te lavas, si luego, al final del día, te vas a manchar?

Yo no tengo pecados.- ¿Que no? Examínate bien. Porque todos pecamos al día más de siete veces. De pensamiento, de palabra, de obra, de omisión.

Solo los niños pequeñitos y los que sufren alguna incapacidad mental no tienen pecados. Pero tú no eres un niño, ni sufres deficiencia mental alguna. Por tanto, eres pecador como todo el mundo. Y, por lo mismo, necesitas del perdón de Dios.

Yo no tengo pecados grandes.- Pero es que la Confesión no es sólo para pecados graves. Es también para purificarse cada día más, y lograr mayor perfección y fuerza para no caer.

Es que el sacerdote va a contar mis pecados a los demás.- ¡Eso, nunca! El sacerdote tiene el sigilo sacramental y está dispuesto a cumplirlo, aunque tenga que dar la vida.

El obispo Juan Nepomuceno, en 1393, fue matado por conservar el secreto de la Confesión. El rey Wenceslao, rey de Bohemia, nombró a Juan Nepomuceno confesor de la reina.

— Dime los pecados de la reina —le dijo el rey al sacerdote.

— Nunca, majestad. Es un pecado gravísimo. Prefiero morir antes que revelarlo.

Ante esto mandó el rey molerle a palos, castigarlo. Y, como no hablaba, fue atado de pies y manos, y tirado al río Moldava, en el corazón de Praga. ¡Fidelidad al secreto de la confesión!

Es que me da vergüenza.- ¡Claro! Pues a la Confesión no vamos a contar hazañas heroicas, sino miserias. Y esto a nadie le gusta contarlo. Pero más vergüenza te debería dar tener el alma sucia y no limpiarla. Se necesita mucha humildad. No te dé vergüenza. Acércate. Dios no tiene vergüenza de tus pecados.

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