Tiempo de Cuaresma (normas prácticas)
Artículo muy interesante con orientaciones y normas de orden práctico (el lugar de celebración, los cantos, el cirio pascual, en que consisten el ayuno y la abstinencia,…) para vivir de manera intensa este tiempo cuaresmal preparatorio para celebrar la “Fiesta de las fiestas”
Es un tiempo c litúrgico con características propias. Es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua.
De manera semejante como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, se prepara durante cuarenta días para celebrar la Pascua del Señor. Si bien es un tiempo penitencial, no es un tiempo triste y depresivo. Se trata de un tiempo especial de purificación y de renovación de la vida cristiana para poder participar con mayor plenitud y gozo del misterio pascual del Señor.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia, para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios, y por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.
La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe verse reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su celebración.
Habrá que esforzarse, entre otras cosas:
– Por que se capte que en este tiempo son distintos tanto el enfoque de las lecturas bíblicas (en la santa misa prácticamente no hay lectura continua), como el de los textos eucológicos (propios y determinados casi siempre de modo obligatorio para cada una de las celebraciones).
– Por que los cantos, sean totalmente distintos de los habituales y reflejen la espiritualidad penitencial, propia de este tiempo.
– Por lograr una ambientación sobria y austera que refleje el carácter de penitencia de la Cuaresma.
EL LUGAR DE LA CELEBRACIÓN.
Se debe buscar la mayor austeridad posible, tanto para el altar, el presbiterio, y los demás lugares y elementos celebrativos. Únicamente se debe conservar lo que sea necesario para que el lugar resulte acogedor y ordenado. La austeridad de los elementos con que se presenta en estos días la iglesia (el templo), contrapuesta a la manera festiva con que se celebrará la Pascua y el tiempo pascual, ayudará a captar el sentido de «paso» (pascua = paso) que tienen las celebraciones de este ciclo.
Durante la Cuaresma hay que suprimir, pues, las flores (las que pueden ser sustituidas por plantas ornamentales), las alfombras no necesarias, la música instrumental, a no ser que sea del todo imprescindible para un buen canto. Una práctica que en algunas iglesias podría ser expresiva es la de recubrir el altar, fuera de la celebración eucarística, con un paño de tela morada.
Finalmente hay que recordar, que la misma austeridad en flores y adornos debe también aplicarse al lugar de la reserva eucarística y a la bendición con el Santísimo, pues debe haber una gran coherencia entre el culto que se da al Santísimo y la celebración de la misa. La misma coherencia debe manifestarse entre la liturgia y las expresiones de la piedad popular. Así, pues, tampoco caben elementos festivos, durante los días cuaresmales y de Semana Santa, ni en el altar de la reserva ni en la exposición del Santísimo.
Solemnidades, fiestas y memorias durante la Cuaresma.
Procurar que la Cuaresma no quede oscurecida por celebraciones ajenas a la misma.
Durante todo el largo período cuaresmal, sólo se celebran un máximo de cuatro festividades (además de alguna solemnidad o fiesta de los calendarios particulares): San Cirilo y San Metodio (14 de febrero); la Cátedra de San Pedro (22 de febrero); San José, casto esposo de la Virgen María (19 de marzo) y la Anunciación del Señor (25 de marzo).
En todo caso en la manera de celebrar estas fiestas no deberá darse la impresión de que se «interrumpe la Cuaresma», sino más bien habrá que inscribir estas fiestas en la espiritualidad y la dinámica de este tiempo litúrgico.
(nota: importante a tener en cuenta en las convivencias de estos meses, ya sea de domingo como de “pasos”)
NORMAS LITURGICAS.
1. Con respecto al conjunto de las celebraciones.
Se omite siempre el «Aleluya» en toda celebración.
Esta mandado suprimir los adornos y flores de la iglesia, excepto el IV Domingo. (Domingo de la alegría en nuestro camino hacia la Pascua). Igualmente se suprime la música de instrumentos (excepto el IV Domingo), a no ser que sean indispensables para acompañar algún canto.
Las mismas expresiones de austeridad en flores y música se tendrán en el altar de la reserva eucarística y en las celebraciones extralitúrgicas, y en las manifestaciones de piedad popular.
2. Con respecto a las celebraciones de la eucaristía.
Los domingos se omite el himno del «Gloria». Este himno, en cambio, se dice en las solemnidades y fiestas.
Antes de la proclamación del evangelio, tanto en las misas del domingo como en las solemnidades, fiestas y ferias, el canto del «Aleluya» se substituye por alguna otra aclamación a Cristo. Con todo, para subrayar mejor la distinción entre las ferias y los días festivos, creemos mejor omitir siempre este canto en los días feriales. Incluso en los domingos, es mejor omitir esta aclamación que recitarla sin canto.
PROGRAMA DE CANTOS.
a) Canto de entrada de la misa.
Este canto ha de dar el color cuaresmal al conjunto de la celebración eucarística. Debe ser penitencial o, en los días viernes y en las dos últimas semanas, alusivos a la cruz del Señor. Por tanto hay que poner mucho cuidado en su elección.
b) Salmo responsorial.
Se debe respetar siempre en la liturgia de la Misa y no ser alegremente sustituido por cualquier canto. No nos cansaremos de decir que el Salmo forma parte integral de la Liturgia de la Palabra; que es Palabra de Dios, y que la palabra divina nunca puede ser sustituida por la palabra humana.
En la medida de lo posible se debe cantar. Pero si la asamblea no puede cantar la antífona propia del salmo de la misa, se pueden buscar algunas antífonas aplicables a todas las misas, siempre y cuanto estas antífonas respeten el sentido del salmo.
En caso que esto tampoco se pueda hacer es preferible leer el salmo, y la asamblea responder con la antífona indicada, a cantar una respuesta que no tenga el mismo sentido del salmo.
c) Aclamación antes del evangelio.
Pueden hacerse estas indicaciones:
– Es mejor reservarla únicamente para los días más solemnes (domingos y tres primeras ferias de Semana Santa), y omitirla en las ferias.
– Nunca la debe cantar un solista (no es un segundo salmo responsorial), sino la asamblea o un coro. Lo mejor es que sea un canto vibrante y aclamación a Cristo que hablará en el santo evangelio.
d) Cantos de comunión.
Deberán evitarse los que tuvieren un matiz penitencial, pues la comunión es siempre un momento festivo. En el momento de comulgar no se trata de crear un ambiente cuaresmal, sino acompañar festivamente la procesión eucarística. Por ello es bueno para este momento de la Santa Misa escoger cantos alusivos al convite eucarístico.
e) Preparación de los cantos de la Vigilia y de la Cincuentena pascual.
Hay que dedicar durante la Cuaresma un tiempo cada semana para ensayar cantos pascuales. Esto no se sitúa solamente en la línea de una necesidad práctica con vistas a las fiestas y al tiempo litúrgico que se aproximan, sino que además contribuirá a vivir la Cuaresma como un camino hacia la pascua, creando el deseo de anhelar su celebración.
En esta línea, tiene tanta importancia los ensayos en sí como la explicación de algunos textos cantados. En estos ensayos cuaresmales debería procurarse que el repertorio pascual progresara de año en año, y, así, los cantos pascuales superaran los de los otros ciclos, como la Pascua supera en solemnidad las otras fiestas.
Como cantos más importantes podrían citarse:
Un «Aleluya» vibrante (y quizá nuevo) que, bien ensayado desde el principio de la Cuaresma, lo podría saber bien toda la asamblea.
Un «Gloria» solemne y extraordinario, que podría estrenarse en la Noche santa de Pascua y convertirse en el «Gloria» propio de la cincuentena, o por lo menos de la Octava de Pascua. Es bueno recordar que el «Gloria» que se escoja debe recoger en su totalidad el texto litúrgico del Misal Romano.
Aquel que cantará el «Pregón Pascual» en la Vigilia Pascual, deberá practicarlo con la suficiente anticipación y nunca dejar su ensayo para el último momento.
PREPARACIÓN DEL CIRIO PASCUAL.
El cirio pascual es quizás el signo más propio y expresivo de las celebraciones pascuales. Por ello, no es suficiente comprarlo (sería imperdonable usar el cirio de otros años, pues la Pascua es la renovación de todo), sino que es necesario ambientar su futura presencia, y, lograr que los fieles lo anhelen, pues el representa al Señor glorificado.
Con ello resultaría más verdadera la expresión que se cantará en el pregón pascual: «En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio«. Es evidente que esta expresión pierde todo su sentido si se usa un cirio que ya ha sido, por decirlo así, «ofrecido» anteriormente.
ORACIÓN, MORTIFICACIÓN Y CARIDAD.
Son las tres grandes prácticas cuaresmales o medios de la penitencia cristiana (ver Mt 6,1-6.16-18).
Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el cristiano ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia entre en su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38). Por tanto debemos en el este tiempo animar a nuestros fieles a una vida de oración más intensa.
La mortificación y la renuncia, en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de la Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas; de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que nos presenta el ritmo de la vida diaria, haciendo ocasión de ellos para unirnos a la cruz del Señor. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y el desprendimiento. Incluso el fruto de esas renuncias y desprendimientos lo podemos traducir en alguna limosna para los pobres. Dentro de esta práctica cuaresmal están el ayuno y la abstinencia, de los que nos ocuparemos más adelante en un acápite especial.
La caridad. De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: «estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados». Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro «el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana» (JuanPablo II).
«Hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Según Juan Pablo II, el llamado a dar «no se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera» sino que «está radicado en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás». «¿Cómo no ver en la Cuaresma la ocasión propicia para hacer opciones decididas de altruismo y generosidad? Como medios para combatir el desmedido apego al dinero, este tiempo propone la práctica eficaz del ayuno y la limosna. Privarse no sólo de lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica praxis de vida cristiana. Nutriéndose con una oración incesante, el bautizado demuestra, además, la prioridad efectiva que Dios tiene en la propia vida».
La oración, la mortificación y la caridad, nos ayudan a vivir la conversión pascual: del encierro del egoísmo (pecado), estas tres prácticas de la cuaresma nos ayuda a vivir la dinámica de la apertura a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
LA ABSTINENCIA Y EL AYUNO.
La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un «ejercicio» que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4; ver Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)
¿Qué exige la Abstinencia y del Ayuno?
La abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lactinios y cualquier condimento a base de grasa de animales. Son días de abstinencia todos los viernes del año.
El ayuno exige hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas (Constitución Apostólica poenitemi, sobre doctrina y normas de la penitencia, III, 1,2). Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Según acuerdo de los Obispos del Perú reunidos en Enero de 1985, y conforme a las Normas complementarias de la Conferencia Episcopal Peruana al Código de Derecho Canónico de Enero de 1986 aprobadas por la Santa Sede, el Ayuno y la Abstinencia puede ser reemplazado por:
– Prácticas de piedad (por ejemplo, lectura de la Sagrada Escritura, Santa Misa, Rezo del Santo Rosario).
– Mortificaciones corporales concretas.
– Abstención de bebidas alcohólicas, tabaco, espectáculos.
– Limosna según las propias posibilidades. Obras de caridad, etc.
¿Quiénes están llamados a la abstinencia y al ayuno?
A la Abstinencia de carne: los mayores de 14 años.
Al Ayuno: los mayores de edad (18 años) hasta los 59 años.
LA VIRGEN MARÍA EN LA CUARESMA.
En el plan salvífico de Dios (ver Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa. Como Cristo es el «hombre de dolores» (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en «reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,20), así María es la «mujer del dolor», que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión. Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (ver Lc 2,35).
Por ello la Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en nuestro amor filial a Aquella que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, y se entregó Ella misma con Él, por nuestra salvación. Este amor filial lo podemos expresar durante la Cuaresma impulsando ciertas devociones marianas propias de este tiempo: «Los siete dolores de Santa María Virgen»; la devoción a «Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores» (cuya memoria litúrgico se puede celebrar el viernes de la V semana de Cuaresma; y el rezo del Santo Rosario, especialmente los misterios de dolor.
(Resumen del manual de cuaresma http://www.aciprensa.com/fiestas/cuaresma/manual.htm)
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