Testimonio de un sacerdote con cáncer
En primer lugar, permitidme que me presente: me llamo Jesús Muñoz 32 años y soy sacerdote católico de la diócesis de Toledo, España. En el año 1996 estuve de misionero en Bolivia como catequista itinerante de la Comunidades Neocatecumenales.
Al volver a España para descansar y tener unas vacaciones me diagnosticaron un cáncer colo-rectal con metástasis hepática.
He sido sometido a varias operaciones: me extirparon el ano, el recto y 30 cm. del colon, y me hicieron un ano artificial. Posteriormente me quitaron una cuarta parte del hígado. También he sido sometido a otras operaciones de menor consideración. He sido sometido a tratamiento de radioterapia y actualmente estoy en tratamiento con quimioterapia.
Llevo ya tanto tiempo que el cuerpo se deteriora y por esta razón no puedo viajar, ni muchas veces salir de casa. Bueno, aunque es aceptable mi calidad de vida, varía mucho de mes en mes e incluso de día a día. Nunca es igual, es imprevisible cómo me voy a encontrar a la mañana siguiente. Es un misterio.
El sufrimiento es un misterio que solamente desde la fe se ilumina.
El tiempo pasado en Bolivia fue fantástico. De niño siempre quise ir a las misiones y el Señor me lo ha concedido. Fue un tiempo de renovación sacerdotal, pues yo era un «burgués». No me preocupaba de nada, salvo de mí mismo. Sin santidad, sin intimidad con el Señor ni con su Palabra, sin oración asidua. Muy despreocupado por la liturgia y por quien me tocaba pastorear. No era capaz de morir por nadie. Pero, aparecía ante los feligreses como muy trabajador, preocupado por las cosas, buen cura, humilde… Mentira todo. Pues soy un egoísta y un orgulloso, que sólo me busco a mí en lo que hago. Un cura de pueblo que sólo hace cosas; pero no lleva el evangelio a su pueblo. Y apegado al dinero, pues lo último que hice antes de salir para Bolivia fue dar clases en un instituto de enseñanza secundaria y tener una nómina abultada. Pues, el mayor peligro para un cura es el dinero -también para cualquier cristiano-. «Por que la raíz de todos los males es el afán de dinero» (1Tm 6,10)
Pero los milagros que he visto en la evangelización y sobre todo mi equipo de evangelización me ayudaron mucho. Me corrigieron a tiempo. Siempre con cariño o, mejor aún, con amor evangélico. No siempre recibía las correcciones con agrado: mi egoísmo y el ser educado para ser el primero en todo, y un líder como cura, se manifestaba con toda claridad.
Ciertamente que les estoy muy agradecido, ha sido un segundo seminario de formación. Una regeneración sacerdotal.
En definitiva tener que pasar por la puerta de la humildad, la cual yo rehusaba. Ver mis pecados con una claridad que antes me estaba velada. Y rezaba al Señor que si yo era un lastre para la evangelización, que si iba a añadir problemas a los que ya había en la misión que me retirase de ella. ¡Y cómo lo hizo! El Señor, también me lo concedió.
El Señor siempre me ha concedido lo que le he pedido de todo corazón. El siempre se abaja para escuchar al afligido y al atribulado, y a la oveja perdida siempre la trata con mayores entrañas de misericordia.
Dios siempre provee, no deja solo al desvalido, siempre abre puertas allí donde parece que se cierran.
La experiencia del sufrimiento es un misterio. En el postoperatorio, aunque estaba sedado con morfina, recuerdo que en una ocasión desperté y miré el crucifijo que tenía delante, miré a Jesucristo y le decía que estábamos iguales: con el cuerpo abierto, con los huesos doloridos, solos ante el sufrimiento, abandonados, en la cruz… Yo me fijé en mí y me revelé. No lo entendía. Dios me había abandonado. No me quería. Y de pronto recordé las palabras que desde el cielo Dios-Padre pronuncia refiriéndose a Jesucristo el día del bautismo y posteriormente en el Tabor: «Este es mi Hijo amado», «mi Predilecto». Y el Hijo amado de Dios estaba colgado frente a mí en la cruz. El amor de Dios, crucificado. El Hijo en medio de un sufrimiento inhumano.
Entonces reflexioné: Si me encuentro en la misma situación que Él, entonces yo también soy el hijo amado y predilecto de Dios. Y dejé de revelarme. Y entré en el descanso. Y vi El Amor de Dios.
La razón humana no encuentra sentido al sufrimiento, no tiene lógica. Solo mirando al Crucificado el hombre entra en la paz que el sufrimiento le ha robado. Pues, con el dolor y el sufrimiento el hombre pierde la capacidad de razonar y la voluntad. Y ya está perdido, le han vencido. Ha dejado de ser hombre; pero el sufrimiento y la resurrección de Cristo nos ha hecho hombres nuevos.
Y, también, cuánto me han consolado las palabras del Siervo de Yahvé: Varón de dolores, Conocedor de todos los quebrantos. ¡NO! No estoy solo en la cruz. Doy gracias a la Iglesia por el don tan inmenso de la fe. Sólo la fe tiene respuestas a los interrogantes del hombre.
Recuerdo igualmente algunas frases de los salmos que he meditado y qué bien me han hecho: «me estuvo bien el sufrir»; «hasta que no sufrí estuve perdido».
Aunque también es cierto que, ¡cuántas veces he llorado en el silencio de la cama cuando llegan los dolores y el sufrimiento, y al ver que llega el final de los días!. Y aparece como una desesperanza; aunque yo rápidamente digo «todo sea por la evangelización». ¡Por la evangelización!. Aunque, a veces, ese «todo» resulta una carga dura y pesada.
Al igual que en la clínica he colocado un icono de la Virgen enfrente de mi cama, pues quiero morir mirándola a ella. Y quiero morir sin agonía, sin lucha, sino entregándome como ella me ha entregado a su Hijo.
Actualmente mi enfermedad se agrava: tengo tumores en el hígado y en el hueso sacro. Es decir, la metástasis comienza a extenderse; aunque con la quimioterapia parece que la retienen un poco. De todos modos los médicos me han pronosticado que no viviré más de un año, dos a lo sumo; Pido a Dios tener una calidad de vida lo suficientemente aceptable como para evangelizar desde mi situación.
Me siento como una barca varada en la orilla del lago de Tiberiades. Ya no saldrá más a pescar; pero tengo la esperanza de que Cristo también suba a ella para proclamar desde allí la Buena Nueva a la muchedumbre. Esta es ahora mi misión: ser barca varada, púlpito de Jesucristo.
Veo que este tiempo es un Adviento particular que el Señor me regala para prepararme al encuentro con el «Novio» y tener las lámparas preparadas con un aceite nuevo, y así poder entrar al banquete de bodas. Es un don el poseer el aceite de Jesucristo, que fortifica mis miembros para la dura lucha de la fe en el sufrimiento, me ilumina la historia que está haciendo conmigo, y me asegura poseer el Espíritu Santo, como arras del Reino de los Cielos.
Ciertamente nadie sabe ni el día ni la hora de la muerte. Es vivir de la esperanza. De esto se reflexionará en toda la Iglesia: sobre la virtud de la esperanza. Y sobre el espíritu que nos hace decir ¡Abba! (Padre).
Pero, a veces, creo que pierdo el tiempo, que podría hacer más cosas, orar más, tener más intimidad con el Señor, y otras veces la enfermedad no me deja hacer más. ¿Será que sólo tengo que sufrir: purificarme, convertirme, evangelizar desde el silencio?. A esto me está ayudando la lectura de las obras de Sta. Teresita del Niño Jesús y he vuelto a releer la «Salvifici Doloris» del Papa Juan Pablo II.
Lo más importante, es esta fe, vivida en régimen de pequeñas comunidades, en donde la lectura de la Palabra de Dios, ilumina el sentido de mi vida, en donde se dan signos de unidad y amor.
* * * *
Jesús Muñoz murió el día 11 de septiembre en Coria, en su cama, acompañado de su familia. Tuve la suerte de conocerle los dos últimos años de su vida, soy amigo personal de su hermano, Javier, y visito de vez en cuando a sus padres.
La muerte de Jesús, su sufrimiento y sus dolores fueron y son, para los que le conocimos, una gran esperanza y un gran apoyo. Su testimonio nos ha marcado para el resto de nuestras vidas y jamás podremos olvidarle.
Tengo 21 años y estudio en la universidad, y llevo una copia de su carta en mi carpeta a todas partes.
Un saludo: Gabriel
http://avemariateve.blogspot.com/2010/12/testimonio-de-un-sacerdote-con-cancer.html
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Gabriel, gracias a ti por tu comentario, cuenta con nuestra pequeña oración. La Paz
Es increíble y admirable una vida en la que el sufrimiento y el dolor sean aceptados con tanta humildad y con gran ofrecimiento a Dios. La Vida del Padre Jesús es un gran testimonio de virtud y entrega hacia Dios. Yo siento que en mi vida también existe un cáncer que poco a poco me destruye; pero no por enfermedad, sino por actitudes que me alejan de Dios. Personalmente pido a todos una oración para tomar el camino que Dios quiere para mi y no destruirme con mi propio cáncer. Yo agradezco mucho éste artículo y gracias por enviármelo.
La Paz Lúcia,
Efectivamente todos formamos parte de la gran familia de hermanos en el mundo que creemos en Jesucristo y formamos parte de su Iglesia, estando unidos en el espíritu aunque lejos físicamnete. Rezaremos por ti, al igual que te pedimos que reces por nosotros. Dios te bendiga.
Charo
La Paz Jamnia. Ánimo en esta misión con tu madre, el Señor os recompensará. El día 30 noviembre hizo un año que el Señor se llevó a la mía tras 5 años de enfermedad, también de cáncer y recordándolo, fue un tiempo de gracia para toda mi familia, y de gran Paz en el Señor. Dios bendiga a tu madre y la colme de fortaleza, y a ti te mantenga firme en el servicio y amor hacia ella. Un abrazo.
Charo
Realmente impactante y lleno de la gracia de Dios, vivo una situacion similar con mi madre y este testimonio a reforzado mi esperanza en k la muerte no es el final sino mas bien el comienzo, gracias Jesus!!!
Olá irmãos, a paz.
Vivo numa ilha dos Açores, Ilha Terceira – Portugal – Sim, gosto dos artigos que escrevem: Faz-me sentir numa comunidade ainda maior: uma comunidade do mundo.
Amanhã vamos ter o Anúncio do Advento. Rezem por nós.
Um abraço. Lúcia.