La fuerza decisiva del cristiano
¿Cuál es la fuerza decisiva del cristiano? La oración. Ésta es su gran ‘arma’, el factor que le permite llegar donde solo con sus fuerzas nunca podría hacerlo. Y en la base de esta capacidad de orar está la fe, la fe en Dios, y la fe en que Él nos da la gracia de orar. El que persevera en la oración recibe, pero para ello necesita paciencia, esperar los dones con paciencia, con una oración fiel y perseverante. El cristiano ruega por amor de Dios, que es el resultado de su fidelidad. Sólo se es fiel a aquello que se ama.
La oración no nace para nuestro deleite o beneficio. No es un instrumento utilitario para nuestros fines, la oración está pensada para rendir culto a Dios, para devolverle aquello que Él nos ha dado con la vida. Esta actitud nos libera y pacifica porque parte también de otra condición básica, que es la humildad.
La oración no es un acto de magia en el cual la deidad queda prisionera de nuestros deseos, es lo más absolutamente opuesto a esto. Aquellos que se pueden sentir desanimados porque Dios no les concede lo que le piden han de pensar que, antes que nada, como dice el Padrenuestro, hay que creer en la voluntad de Dios, en Su voluntad, no en la nuestra. Si Dios fuera prisionero de todas y cada una de las demandas razonables que los hombres le hacemos, Dios no sería Dios, nuestro mundo no sería este mundo, sino otro regido por un orden, mejor dicho, por un desorden mágico porque sería el resultado de cientos, de miles, de millones de peticiones aisladas y razonadas de la propia necesidad, del propio interés. Más todavía, si Dios acudiera a todos nuestros ruegos, y esto fuera una evidencia, la libertad del ser humano no existiría porque estaría precondicionada por tan inmensa gracia.
Dicho esto, también hay que asumir que Dios da y que la oración desinteresada y entregada a Él es el camino de esta donación, pero lo hace en la forma que Él considera adecuada, esto significa confianza, la confianza ilimitada en Dios, en su misericordia. Fe, confianza; esperanza, que es su otro nombre. Sólo podemos esperar en Áquel en quien confiamos. Y humildad, humildad ante Dios porque yo no soy nada sin Él, y de ahí que la oración personal realizada en el silencio y en el aislamiento es el lugar propicio dónde pueden aflorar nuestras enormes miserias y exponerlas al Dios todo misericordioso.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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