Los malos pensamientos

Erase una vez un árbol caído: era corpulento, titánico y se levantaba junto a un río. Decenas de peregrinos descansaban bajo su sombra hasta que un día apareció derribado.

-¿Lo tumbó el hacha del leñador? ¿Lo chamuscó un rayo…?

-No, lo mató un gusano.

-¡Grande tuvo que ser!

-No. Era un pequeño gusano que lo fue carcomiendo por dentro.

Los pensamientos impuros son los gusanos que van carcomiendo la inocencia de las personas. Cada adulterio es el fruto de un mal pensamiento consentido. El pensamiento lleva a la acción. Es mentira que podemos mirar y pensar todo lo queramos y que luego no va a pasar nada grave. Un refrán hebreo dice que los ojos y las manos son los despertadores de las pasiones. Las pasiones del hombre son como las brasas: mientras más leña le echemos, más se va encendiendo.

Vivir la pureza es para valientes y para personas conscientes de su dignidad. El combate por ser puro se dificulta después de haber tenido miradas incorrectas. Hay que cuidar las pasiones, ¿para qué probar las cosas que nos pueden conducir al mal? “Quien se expone al peligro en el perece”, decía Salomón.

“Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehena” (Mt 5, 27-30)

P. Ricardo Ruvalcaba